miércoles, 28 de septiembre de 2011

Tengo derecho a escogerlos papacitos...


Artículo sacado del blog susanayelvira

Ahora dizque la culpa de nuestros fracasos amorosos es nuestra, por tener a la belleza física como un criterio de selección. Que porque los churros son menos fieles y estables, según unos estudios recientes publicados por una madre cuarentañera. ¡Popó de toro! Me parece una excusa mediocre para la infidelidad y la estupidez masculina, aunque le encuentro sustento en mi experiencia.

Pero vamos por partes. ¿Churros colombianos o churros extranjeros? Los churros colombianos son un asco. Todavía los consume el machismo neandertal según el cual es más macho al que más se come y más duro lo grita. Si tuviera que resignarme a un churro colombiano le daría la razón a la autora: prefiero un feo boyaco a un “adonis” de cualquier zona del país (btw, ¿no es la palabra “adonis” la más ñera y tonta del idioma español?). ¡Es que son una ceba! Tienen el ego en la luna y creen que se las pueden comer a todas porque su belleza -mediocre o excesiva- se sale de nuestro patrón muisca. De hecho muchas se les abren de patas porque son encantadores y sobresalen en el mar de fealdad que es cualquier bar colombiano. ¿Pero los churros extranjeros también? Conozco a un par que son bien aterrizados. Pero no sé, el estudio fue hecho fuera de Latinoamérica. ¿Entonces pierdo las esperanzas?

No me importa sonar como una pobre tonta superficial, pero es que estudié en un colegio repleto de gente cruel donde los feos eran menospreciados, objetos de burlas, insultos y golpes. Yo no quiero eso para mis hijos. Si me caso con un feo seguro seré tan de malas que mis genes serán los recesivos y mis pobres retoños serán unos adefesios. Se convertirán en las víctimas de una sociedad cruel en la que los pocos agraciados son castigados con malos tratos y menores posibilidades de acceder a un buen trabajo y sueldo. Incluso tendrán pocas posibilidades de conseguir sexo y mejorar la raza.

Además, no me gustan los feos. Lo mío es una tara o patrón que bien podría responder al instinto más básico. Me gustan los extrovertidos, fuertes de caracter y churros. Por eso me ha ido como me ha ido. Solo una vez un feo ha sido merecedor de mi amor calenturiento. Su nombre era Liam y lo conocí en Washington D.C., me lo presentó un amigo, Craig.

Craig, por una parte, era absurdamente churro. Tenía un cuerpo delgado y atlético fruto de las clases de yoga que dictaba dos veces por semana. Tenía un lindo tatuaje en su homoplato y bajo la lluvia washingtoniana su camisa oficinera se le pegaba como en una película porno de alta factura. Pero era tan aburrido como un helado de vainilla dietético. Entonces cuando Craig me presentó a Liam morí. Era feo, morenito y orejón con un poco de panza y varias canas; pero tenía esa maldad que es tan interesante y me gusta tanto. Liam bailaba salsa como gringo (lo que a veces puede ser extremadamente sexy), charlaba delicioso, echaba carcajadas y ostentaba un humor negro bien parecido al mío. Amor. Amé a Liam a pesar de su fealdad. Confirmé que el concepto de fealdad es subjetivo cuando hay actitud y empatía.

El resto de mi historia ha estado repleta de churros, y medianamente churros que se han creído los dueños de la manada. Perros grasientos, follones, inestables y convencidos. Confirman la teoría de la madre cuarentañera. Creo que por uno de esos la Madre Teresa se entregó a los hábitos.

Por ello puedo decir que quiero un lindo-feo. Que no sea horripilante, pero no quiero al más churro. Algo que vaya más a tono con mi idea de “Adam Sandler le patea el trasero a Jude Law”.

Pero aquí aparece de nuevo Ramón (¿se acuerdan de mi demonio interno?) y me azota con inconsistencias y dudas: ¿churro o no churro? Es que soy tan básica y realista que puedo aceptar sin pudor que quiero un hombre que garantice la belleza de mis hijos, que me mate de orgullo al entrar a un sitio, que quiera echármelo cada vez que lo vea. Pero no quiero que sea un perro devora-guarichas. Ya veremos qué me tiene preparado este destino chocarrero y chambón. Les contaré.

En todo caso, tengo derecho a soñar con un churro, fiel, sensible y dedicado. En algún lado estará.

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